sábado, 7 de agosto de 2010


Al amparo de las oscuras murallas sólo hay silencio. La muerte vigila, una sombra somnolienta vagando entre los árboles marchitos y la niebla espesa de resplandores fantasmales. La cuerda cruje contra una rama, despacio, suavemente, mecido el cuerpo por una brisa imperceptible. Una advertencia última para el viajero extraviado, un signo, una señal. A los pies de la fortaleza que sólo ven quienes van a morir, no hay otro vestigio de vida.

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